Disfraz
Leila Tschopp se adentra en regímenes de representación y visualidad occidentales para la comprensión de ciertos mecanismos de configuración de imágenes y su exhibición en ciudades denominadas periféricas. Se basa en dos procedimientos, resueltos de manera indisoluble: el montaje de imágenes de procedencias diversas y la investigación del espacio en la pintura, ya sea en el ámbito de su representación bidimensional como en los modos de su mostración en el espacio. Analiza, entonces, el peso del legado de las representaciones de corte modernista europea, y latinoamericana, y las maneras de hacer síntesis con respecto a ellas. Así, hace libre uso de imágenes canónicas de la historia del arte y de la cultura visual con las que produce collages conceptuales e instalaciones pictóricas.
El montaje, aquí entonces, opera como herramienta de producción de una narrativa visual que prioriza la yuxtaposición, superposición y dislocación de imágenes funcionales para su estructura como también para el proceso de disección con el que analiza a sus referentes. Así, Disfraz da a ver una ficción desmenuzada y sin lógica aparente que busca la factibilidad de percibir las operaciones que los patrones de representación canónicos estructuran como posiciones de autoridad y modelos a imitar. Estas imágenes, artefactos culturales al fin, señalan dispositivos de poder que diagraman regímenes de visualidad y de representación sostenidas en la inequidad entre posiciones en diálogo inscriptas en una tradición legitimada desde la propia historiografía.
A su vez, exhibe maneras de representar el espacio en el dispositivo pintura. Analiza su construcción y suma a la lógica de la instalación para su exhibición. Compuesta por diversas piezas y pinturas murales de carácter temporario, Disfraz se da a ver como un todo a través del uso de gramáticas de la escenografía, la geometría, los estudios de color y la pintura mural. Se instala en el espacio, exponiendo que las diferencias ontológicas entre hacer arte y mostrarlo se tornan indelebles. Dispone máquinas visuales en un contexto fijo, estable y cerrado, circunscriptas en un aquí y ahora topológicamente diferenciado que genera una experiencia espacial que prioriza el tránsito del espectador y la manera en la que el cuerpo hace síntesis por fuera del intelecto.
Un mural – damero a la derecha de la sala expande la mirada hacia el espacio como un todo, con cierto grado de infinitud, y, al mismo tiempo, como en un parpadeo, clausura y redirige la mirada hacia tres piezas de gran formato dispuestas en la pared de ingreso. Un paisaje ribereño, un mural pintado de negro, dos varones capturados y sintetizados en un juego de cuerpos en movimiento. La naturaleza, lo planimétrico y monocromo, el camuflaje de la rebeldía corporizada en capoeira, la geometría. Cada pieza es una particularidad y conforma un todo que hace que Disfraz, entonces, exhiba operaciones de enmascaramiento dentro y sobre dispositivos de representación legitimados profanando sus propias formulaciones para preguntarse por la persistencia del poder de su legado. Son maneras de representar que se descubren, aquí y ahora, en la activa presencia del espectador.